Crónica de una velocidad anunciada

Por Juan Fou





Mantener la lucidez en medio del torbellino, deslizándose al mismo tiempo por las aguas erizadas.

Nestor Perlónger, Poética urbana

1.

Salir al trabajo. Actualizar el permiso inventando una temperatura entre 35,8 y 36,2, ponerse el barbijo, el gorro de lana, cerrar la puerta con llave y caminar por el largo pasillo que empieza en Avenida Rivadavia. Cuando se abre la puerta de la calle, salir al ruido. Ir hacia a la parada del subte, pero, antes de cruzar Castro Barros, detenerse al tiempo de un semáforo en la esquina. Pensar en llegar tarde. Dejar pasar un verde, un rojo, otro verde y otro rojo. Bajar las escaleras hasta encontrarse con el policía que pide códigos para verificar permisos. Pasar el control. Ver como el viejo del puesto de diarios ordena como todas las mañanas la pila de libros y revistas ajadas que acumula. Leer la tapa de una que dice trastornos de ansiedad. El subte llega. Sacar el alcohol en gel y fregarse las manos mientras se decide si quedarse parado o no. Mirar por la ventana las estaciones que no están funcionando, en donde la maquinaria desacelera pero no frena. Ver el vacío de los andenes fantasmagóricos que alojan al espectro del suicidio. Uno colectivo como en El Club del suicidio. Bajar en plaza Flores. Ver a la gente en situación de calle que aún duerme bajo sus frazadas, a un pibe que ya está instalado en una esquina vendiendo ajo y limón a buen precio, la fila de jubilados y pensionados en el banco nación, mientras otros toman café con medialunas en la pizzería, cruzan la calle ensimismados con auriculares, miran su celular.

La velocidad incesante que nos arrastra en este territorio, amenaza continuamente con devastar nuestra sensibilidad. Acá, donde lo importante es llegar, avanzamos sin detenernos. Plagados por el automatismo y la repetición de agarrar el camino más rápido, olvidamos otros recorridos. Transitamos por el territorio cuadriculado ante el mandato de una maquinaria citadina y capitalista. Una existencia del salvataje en un paisaje hostil con un gran costo psíquico, en donde la infoesfera opera veinticuatro siete.

Lo mejor que le podría haber pasado al mundo, ante la irrupción del coronavirus, era detenerse. Pero continuó, y cómo. El catalizador de temblores, donde ya nada es lo mismo y las capas tectónicas de nuestra existencia se han visto dislocadas, nos revela que vivimos ante las réplicas de la herida de Gaia.

2.

Llego al trabajo. Cargo sobre mi respiración la noticia que recibí durante el fin de semana del fallecimiento de un residente. Se encontraba internado en un hospital, por lo cual pasaría por los grupos a dar la noticia. Me tomo la temperatura con la pistolita, me desinfecto, firmo la planilla y entro. Dejo mis cosas y miro el jardín de la institución creciendo en soledad. Me acecha la sensación de que el pulso de la muerte que tengo a mis espaldas aumenta. Los dos árboles que quedan en pie están acéfalos y pelados. Los pasillos y las aulas, vacías. El aire, frío. Son tres grupos, y empiezo por el del piso de arriba. Al entrar nos saludamos. Puños, ni abrazos ni besos. Pido permiso para interrumpir la actividad y nos acomodamos en un círculo. Les residentes ya palpitan algo en sus miradas, en sus preguntas -¿qué pasó?, ¿es bueno o malo?, ¿quién se va?-. Lo digo de un tirón, sin vueltas. Falleció Silvio.

Nos contenemos con palabras, ante la actualización de la muerte. Una vez más. Los rostros de quienes acompañamos la vida de les residentes se vio reducida a los ojos. La mirada y la posibilidad de atravesar colectivamente el acontecimiento son nuestras mayores virtudes. Conversamos sobre los recuerdos que se nos aparecen, sobre cómo nunca soltaba el termo hasta que no quedaba una gota de agua, de sus pocas palabras y sus últimos tiempos en el hogar. Decidimos poner una foto de él en el jardín, bajo los jazmines, en donde cada uno podrá ir y dejarle algo si así lo desea. Van a dejar mensajes de despedida y yerba.

La paradoja de buscar la detención ante el círculo de fuego.

En estos días, la escritura vuelve a ser el almácigo en donde poder germinar nuestras transformaciones. Sustracción del tiempo productivo y refugio de respiraciones que tranquilizan. Es que iniciamos conversaciones por otros recovecos. Una práctica epistolar de lo transeúnte, un pegoteo nocturno, una publicación poética entregada en mano, murmuraciones en conjunto, mensajes de textos que no esperan respuesta, ficciones con desconocidas, caminatas por pasajes transversales. Recovecos en donde otros tiempos son posibles, un parpadeo, un suspiro, instancia para que la diferencia radical de la muerte y la perplejidad no nos deje anonadados.

Palabra agazapada que produce zonas temporariamente autónomas y logra eludir toda red de captura hegemónica. La poesía se regenera. Hurgamos en ese tiempo otro para que haya lectura. Practicamos cortes a lo ya articulado y orientaciones provisorias en el espacio abierto que es el mundo. Paisajistas de detenciones, que nos condensan en húmedos engendros, que rompen corazas. Escribimos para deslizarnos de un modo más lento, encontrar el ritmo y la danza con los fantasmas. Erotismo de la lentitud. Un desvío poético hacia la palabra que entra en contacto con el misterio de ser un cuerpo que habla.

3.

Vuelvo a casa. Las gatas me reciben famélicas en la entrada de la puerta. Ellas suelen pelearse y este es el momento en que más se acercan. Aprovecho la proxemia del hambre, ante mi deseo que sean amigas alguna vez. Dejo mis cosas y las acaricio, una con cada mano. Ellas son un portal hacia lo sensible. Quizás se lamen cuando no hay nadie en casa, como un secreto que prefieren guardar. 

Pongo la pava para el mate. Agarro el libro Tener lo que se tiene, de Diana Bellessi, y abro el poemario Jardín. Como un mantra, leo:

¿El horror es un detalle
como el sonido de un pétalo
que cae?

Ser vulnerable nos enseña
un sueño de mutualidad

Lo que se ha mirado bien quizás
se alza para siempre en la mirada:

imagen recompuesta en
las cenizas donde nunca
nos decimos adiós

                                           

Buenos Aires, 2021.