Expurgos

Ensayo texto visual

Por Belén Ciancio

Mientras viví en Madrid fui una espigadora de los expurgos de las bibliotecas.
Después de 30 mudanzas en la vida, fui a vivir a esa ciudad en el 2007 y extrañaba mis libros. Así que comencé a espigar, como en el documental de Agnès Varda, los ejemplares de obsequio de las bibliotecas públicas, de las veredas, de las plazas, los excedentes de libros de una ciudad letrada, en medio de la aceleración de una crisis de esa misma cultura. Germán Steszak ya tenía experiencia con bibliotecas alternativas, como fue letra e a comienzos de milenio y también espigaba. Encontré, entre esos libros, ejemplares por los que había ahorrado para poder comprar en Mendoza y otras cosas que demostraban la impermanencia de su valor como mercancías. Para mi mamá, comprar un libro viviendo a casi 40 kilómetros de una ciudad de provincia, era un acontecimiento. En la capital hispana, como en otras y como muchas otras cosas, los libros son parte de la basura.
Diego Aldasoro Gómez me envía su Anticatálogo, en el que invita a participar a otras personas. Es un anexo a su tesis sobre bibliotecas personales como laboratorio de creación y laberinto de investigación. En el documento hay una foto de la tapa del libro Athanasius Kircher. Itinerario del éxtasis o las imágenes de un saber universal, que sale 78 euros, entonces algo así como 40.000 pesos argentinos en euro blue, quizá más cuando esto se publique. Le cuento que con ese dinero se podrían comprar casi seis ejemplares de un libro que escribí basado en mi tesis. En algunos fragmentos de ese texto hay una lectura a contrapelo y cuir (rara, no cuero en catalán) de una imagen del Ars magna lucis et umbrae de Kircher. En realidad de la interpretación que hace Teo de León Margaritt (seudónimo de Tomás Milani), quien decía que la linterna mágica probablemente fue conocida primero por los indios argentinos que por los europeos y que la imagen de “una pecadora desnuda entre las llamas del purgatorio” podría ser la primera del cine argentino. Es una historia larga y bizarra. Colonialista, también. Parece una humorada borgeana, pero no lo es.
Decido enviarle unos fotogramas (por eso no tienen encuadres perfectos de fotos quietas o están un poco fuera de foco) de un ensayo audiovisual que estoy haciendo con las imágenes que grabé antes de irme de Madrid, cuando, expurgada yo misma del mundo académico, liberé varios libros. No tanto por altruismo, sino porque no podía traerlos. Registré mientras iba guardando lo que pude en cajas y valijas y cuando fui a dejar los libros en la biblioteca popular del Parque El Retiro.

1 Definiciones


“El expurgo consiste en un proceso mediante el cual se seleccionan determinados documentos de la colección de la Biblioteca/CRAI para retirarlos de la misma de forma definitiva o pasarlos a una zona de almacenamiento.
Es una operación complementaria a la selección y consecuencia directa de la evaluación que se debe llevar a cabo de forma continuada para conseguir una gestión eficaz de la colección. La colección que debe estar en continuo desarrollo, necesita renovarse para adaptarse a los cambios que se producen en las necesidades de los usuarios.”

Biblioteca Universidad Pablo Olavide https://www.upo.es/biblioteca/servicios/adquisiciones/plan_expurgo/definicion_de_expurgo-/

1 – Uno de mis expurgos favoritos: ¿Acaso no matan a los caballos? de Horace McCoy, con imagen de la versión cinematográfica Danzad, danzad, malditos de Sidney Pollack (colección personal).

2.a y 2.b  – Colección personal de expurgos.

“Expurgar es limpiar, purificar, depurar. En inglés, el término es ilustrativo: purge. En español, se habla de expurgo cuando se elimina de una cosa lo malo, peligroso o dañino. También se trataría de suprimir lo que se considera erróneo, molesto u ofensivo de un texto impreso. Pero aquí ya nos estamos centrando en expurgar textos y no en expurgar documentos, que es a lo que nos referimos.
El expurgo de documentos consiste en evaluar la documentación archivada para determinar lo que ya no es necesario y destruirlo.”

ANOBIUM, empresa especializada en la destrucción de documentoshttps://www.destrucciondocumentoszaragoza.com/blog/que-es-el-expurgo-de-documentos (negritas en el original).

3 – Expurgos tema “trabajo” (colección personal).

4. Expurgo de la penitenciaria La Modelo: El doctor moneda sangrienta de Philip K. Dick.  Chancho exlibris.

“La eliminación, descarte o expurgo de parte de la colección en las bibliotecas es una tarea habitual, sistemática y planificada. Y es que las bibliotecas no persiguen crear grandes colecciones de libros, sino colecciones de calidad y pertinentes para sus usuarios. A muchas personas les puede llamar la atención que la biblioteca tire (literalmente) los libros, pero este proceso forma parte de su ciclo vital.”

                                                                                         Julián Marquina https://www.facebook.com/JulianMarquinaES/posts/543766073739177/?locale=hi_IN

5.a y 5.b – Colección personal de expurgos en biblioteca y a modo de mesita de luz.

“SELECCIÓN NEGATIVA Y DESELECCIÓN: se consideran sinónimos de expurgo, en el sentido de referirse a un proceso cuya finalidad es seleccionar unas obras para ser desechadas.

Criterios de expurgo

Criterios generales

  • Uso: se tendrá en cuenta el número de veces que se ha prestado o utilizado el documento, en relación con su tipología documental.
  • Adecuación del contenido a las líneas de docencia e investigación de la universidad: se tendrá en cuenta la adecuación del contenido a los planes de estudio y las líneas de investigación desarrolladas en la Universidad.
  • Obsolescencia: el contenido ha dejado de ser actual, de responder a las necesidades de los usuarios o bien ha sido editado en otro soporte.
  • Deterioro no subsanable: imposibilidad de proceder a la restauración o reparación del soporte físico de la obra.
  • Redundancia y/o duplicidad: la misma obra se encuentra en distintos soportes o incluso en el mismo soporte produciendo una duplicación excesiva y no justificada.”

Biblioteca Universidad Complutense de Madrid https://biblioteca.ucm.es/politicagestionexpurgos

6.a y 6.b – Abanico de carnets de todas las bibliotecas de las que fui socia.

2) Cosas encontradas adentro de los expurgos, ¿son señaleros, son otros expurgos? (puesta en abismo)

7 – Boleto de transporte público en árabe.

8.a, 8.b, 8.c y 8.d – Fichas de catalogación de biblioteca.

9.a y 9.b – Ficha de devolución de Confesiones del estafador Félix Krull, de Thomas Mann y de ¿Trabajo para todos?, de Luis Enrique Alonso.

10.a y 10.b – Almanaque antiguo, As de espada, publicidad de pulsera iónica, foto en blanco y negro de paisaje agreste.

11 – Nota firmada por Eddy.

12 – Anónimo dirigido a Carlos.

3) Expurgo descamisado y no tanto

13.a y 13.b – Tapa e interior de Llamadme Evita de Carmen Llorca.

14.a y 14.b – Evita leyendo y Evita… ¿qué hace en un libro de una señora del PP y junto a Franco?

4) Gente llevándose algunos de mis libros y expurgos

15.a,15.b y 15.c – Manuel, quien me preguntó si tenía algún libro de la Revolución Mexicana (no me acuerdo cuál se llevó finalmente).

16 – Doña Pilar y su hermana se llevaron Más allá del bien y del mal, de Nietzsche.

17 – Expurgos en la biblioteca abierta del Parque El Retiro.

18 – Pareja interesada en libros en inglés. Lloro cuando se llevan el libro de Melville que me regalaron Molly y Eduardo, mi familia en Madrid.

19 – Les llama la atención la nota de Eddy.

20 – Detalle.

                                            

                                            

                                                                                           

   Belén Ciancio,

                                                                               Mendoza, junio, 2023.

Haikus selectos

por claudio c. rosales

calle Doctor Moreno

árbol gigante

lleno de loros. 

antenas de televisor 

viento del sur 

cielo plomizo. 

inesperada visita 

de un amigo

del pasado. 

el final cuelga

de la tela de una araña 

no yo.

al viejo albañil 

parece no importarle

tanta calor.

nocturno, antiguo 

idilio de grillos

y margaritas.

comienza la siesta

cáscaras de melón

sobre un plato.

irremediablemente

tarde para pedir

una pizza.

mendigos

echando un vistazo

al ángelus invernal.

fundido

en una claridad desierta

cruzo la ciudad.

cartel negro

de la verdulería

escrito con tiza.

noche de verano

histérica charla

telefónica.

agobiada

llora en el baño

la cajera del market.

enfrento el hecho

con paciencia

no hay manteca, ni pan.

mirada torva

del lavaplatos

colgando  el delantal.

se va

no es su asunto

afuera la tarde cae.

chicos peruanos

del taller de motos

tomando cervezas.

Podcast # 30: Beto Elías

Beto Elías Ulibarri nació en Santiago del Estero en 1977. En 1996 se trasladó a Buenos Aires para estudiar Ciencias de la Comunicación (UBA) y teatro en la escuela de Julio Chávez. En 2004 publicó su primer poemario «Yo soy 3» dentro de la antología «El Grito de Medusa – El Deseo de lo Indecible» (Editorial Léctica, 2004). En 2010 lanzó el poemario digital “¡Muérete! Accidentes Lingüísticos” con ilustraciones de Addrox Karpenkopf. Ha participado en varias
antologías y sus poemas han sido publicados en revistas literarias online. Escribió colaboraciones para el Grupo Sorna y la revista de arte online Sauna. En la actualidad, reside nuevamente en Buenos Aires, siempre está tratando de volver a escribir y realiza performances poéticas con su Aphex Twin, Alberto Balsalm.
IG: @tobe_beto

Marte entre lo utópico y lo distópico

Por Jaime García (Instituto Copérnico)

Corría la década de 1970 y la tarde otoñal de la bella ciudad de Rosario nos convocaba a una conferencia del brillante José Luis Sersic. Acostumbrados nos tenía a sus excelentes charlas sobre galaxias ya que el gran astrónomo argentino destacaba en ese campo de investigación. Pero esta vez nos sorprendió, hablándonos sobre su pasión desconocida: Marte. Y no se trataba de mitología grecolatina, sino del planeta y todo lo que sobre él se conocía, hasta ese momento, a partir de la observación terrestre y de la incipiente llegada de las primeras sondas que intentaban desentrañar sus secretos. Creo que, para mí, ese fue un momento de quiebre en lo que a la divulgación científica se refiere, pero esa es otra historia.

Marte visto por el telescopio espacial Hubble – De NASA and The Hubble Heritage Team (STScI/AURA)

La primera sonda a Marte fue la Mariner 4, de la NASA, que pasó a 9790 km de su superficie el 14 de julio de 1965. Esa sonda sólo envió imágenes con su única cámara de televisión a bordo, pero esas imágenes de apenas una pequeña parte de la superficie del planeta mostraban una cantidad de cráteres de impacto, aspecto similar al de la Luna. 

La primera imagen de los cráteres de Marte por la Mariner 4 – NASA – Dominio público.

Luego la sucedieron las Mariner 6 y 7 dotadas de dos cámaras cada una y de algunos instrumentos de medición. Realizaron sus máximas aproximaciones el 31 de julio de 1969, a una distancia mínima de 3.412 km sobre su superficie y el 5 de agosto de 1969, a una distancia mínima de 3.430 km sobre su superficie, respectivamente. Así, fueron capaces de descubrir que la superficie de Marte no estaba cubierta uniformemente de cráteres sino que, en cambio, tenía lomas, dunas y un terreno escarpado similar a un desierto, el Hellas.

La primera sonda en orbitar al planeta fue la Mariner 9, que arribó el 14 de noviembre de 1971. Desde la Tierra, todos estábamos expectantes de su llegada y de lo que podría encontrar porque se había detectado la presencia de una tormenta de arena en el planeta rojo de una intensidad extraordinaria, en septiembre, dos meses antes de su arribo. Hubo que suspender la toma de imágenes porque sólo se podían percibir cuatro únicas características en toda la superficie debido a la inusual intensidad de la tormenta de arena.

Poco a poco, la nube de arena se fue despejando y pudo verse que esos cuatro puntos correspondían a las cimas de sendos inmensos conos volcánicos, los montes Olimpus (¡25 km de altura!), Arsia, Pavonis y Ascracus. Así, cuando la tormenta cesó, meses después del arribo de la sonda, en enero de 1972, finalmente se pudo estudiar la superficie de Marte y se descubrió, además de volcanes de inmensos cráteres, gigantescos cañones y trazos que se sospecharon como lechos de ríos secos. 

Pero, ¿cuál era la intención de la NASA con el envío de la Mariner 9? Evidentemente, la idea era cartografiar completamente el planeta para poder preparar una misión que pudiese descender con un cierto grado de seguridad, en la superficie del planeta, en 1973. Sin embargo, esa misión se retrasó debido a problemas presupuestarios y, entonces, se estableció una nueva fecha para el lanzamiento: 1975. 

Así, la llegada de una sonda a la superficie marciana se produjo recién en 1976. Las Viking 1 y 2 de la NASA contaban con un orbitador (idéntico a la Mariner 9) y un módulo de descenso. La Vicking 1 entró en órbita marciana el 19 de junio de 1976, mientras que la Viking 2 lo hizo el 7 de agosto de ese mismo año. Los orbitadores estaban equipados con cámaras de televisión y una serie de instrumentos para realizar mediciones, todo con el objetivo de encontrar un buen sitio para descender sobre la superficie de Marte. 

Finalmente, el 20 de julio de 1976, el módulo de descenso de la Viking 1, tocó suelo marciano en un lugar llamado Chryse Planitia, (del latín Planicies de oro). Se trata de una suave planicie circular en la zona ecuatorial norte del planeta, cercana a la región de Tharsis. La Viking 2, por su parte, arribó al suelo marciano el 3 de septiembre de 1976, en Utopia Planitia (del latín llanura de ningún lugar), una extensa llanura localizada en el hemisferio norte del planeta.

Imagen de la superficie de Marte obtenida por la Viking 1 De Roel van der Hoorn (Van der Hoorn) – Trabajo propio basado en imágenes del archivo Viking de la NASA, Dominio público

El programa Viking representó la primera exploración extendida de Marte, ya que cada nave espacial duró años y transmitió una parva de información a la Tierra. Sin embargo, las esperanzas de encontrar vida en el Planeta Rojo se desvanecieron cuando las sondas no pudieron probar definitivamente la existencia de microbios en la superficie.

De hecho, las características observadas en el planeta eran bastante diferentes de las que posee la Tierra, excepción hecha de la duración del día. Marte rota sobre su eje cada 24h 39m 35s, menos de una hora de diferencia con nuestro planeta (23h 56m 04s). Pero, como su distancia media al sol es un 52% mayor que la de la Tierra al sol y su atmósfera es mucho menos densa, del orden de 0.6% de la de la Tierra, o sea, como si estuviésemos a una altura de 35 km, su temperatura superficial es mucho más extrema que la que soportamos en nuestro planeta.

Se esperaba, entonces, que si hubiese agua, esta no podría estar en forma líquida sobre la superficie pero, por lo que comenzaban a observar los orbitadores, en algún momento del pasado marciano corrieron ríos y quizá algún océano pudo haber cubierto parte de su faz. 

Sin embargo, lo que en aquel momento se hablaba sobre Marte era más cercano a la especulación y a una expectativa que a lo que nos manifestaban las observaciones con los medios que se disponía. Con esto quiero decir que, por ejemplo, suponer que allí podría haber agua en la subsuperficie, en el ecuador marciano, era más un deseo que una conclusión objetiva, con base en los datos registrados por las sondas.

Si bien el éxito de estas misiones ponía de manifiesto la importancia de continuar con mejores recursos la investigación científica sobre ese planeta, las sucesivas reducciones presupuestarias lesionaron los mejores proyectos de la década de 1980 y hubo que esperar a la década siguiente para ver nuevos desafíos en la exploración de Marte.

Con muy poco presupuesto, la NASA procedió a desarrollar varios proyectos, incluido un orbitador que falló antes de llegar y otro que fue muy exitoso, el Mars Global Surveyor, que arribó a su órbita el 11 de septiembre de 1997 y permaneció en actividad por más de veinticinco años. Casi simultáneamente, surgió el primer proyecto de colocar un dispositivo móvil sobre la superficie de Marte, el Mars Pathfinder. Así nació la pequeña “patineta” Sojourner, el primer vehículo que surcó Marte,a partir del 4 de julio de 1997, cuando descendió en Ares Vallis, Chryse Planitia, no muy lejos de la Viking 1, por ese entonces ya inactiva. 

A partir del nuevo milenio, comienza la aventura de llegar al cuarto planeta del sistema solar con naves cada vez mejor equipadas con instrumental de medición y cámaras de mayor resolución. Así, se puso en órbita y descendieron y rodaron sobre la superficie de Marte una serie de naves, algunas de las cuales aún hoy nos proveen datos.

Las sondas que están orbitando Marte y permanecen activas hasta hoy (mayo 2023) son: de la NASA,  2001 Mars Odyssey, Mars Reconnaissance Orbiter (2005) y MAVEN (2013); de la Agencia Espacial Europea (ESA), Mars Express (2003) y ExoMars Trace Gas Orbiter (2016), conjunta con la Agencia Espacial Rusa (ROSCOSMOS); de los Emiratos Árabes Unidos, Hope (2020); de la Agencia Espacial China (CNSA) Tianwen-1 (2020). Los robots activos en la superficie son: de la NASA, Curiosity Mars Science Laboratory (2016) y Perseverance Mars (2020); de la CNSA, Zhurong (2020).

Sin embargo, la información que nos han brindado las decenas de naves orbitales, módulos fijos de descenso y los famosos robots que deambularon y aún lo hacen sobre la superficie marciana, no nos permite aún ser conclusivos respecto a las posibilidades de establecer una colonia humana en ese planeta sin que los costos superen al hipotético lucro económico producido por ella.

La corrida por poner los pies en la Luna significó una inversión tremenda en los 60s y 70s. Los beneficios fueron mucho más políticos que económicos (a pesar de que resultaron importantes, en términos de desarrollos tecnológicos). Nuevamente, nos encontramos en un planteo de establecer primero una base lunar para luego encarar el primer viaje interplanetario con humanos. Esta vez, parece haber intereses económicos por encima de los políticos. Y digo esto porque está muy de manifiesto que ya no prima la iniciativa gubernamental sino la privada. Es solo prestar atención a la fuerte inversión para el desarrollo de la nave Starship, por parte de la empresa SpaceX del multimillonario Elon Musk, por ahora sin el éxito esperado, pero con la certeza que el proyecto no será abandonado a pesar de los sucesivos ensayos frustrados.

Qué beneficios podría presentar para la humanidad establecer una colonia en Marte, es una pregunta muy difícil de responder, tanto por la complejidad del problema como por las dificultades de encarar una misión de tal envergadura.

Señalemos, por ejemplo, algunas de esas dificultades:

  • No es posible circular por la superficie marciana sin portar el aire para respirar y sin protegerse de la nociva radiación solar.
  • El clima marciano no es favorable para la producción de alimentos naturales.
  • Las temperaturas muy bajas y la poca eficacia de la radiación solar implican la necesidad de producir energía para calefaccionar la vestimenta externa y los ambientes cubiertos[1].
  • La larga duración del viaje a Marte (seis meses) demanda oxígeno, combustible y alimentos para sostener la vida de los viajeros durante, al menos, ese tiempo, además de un espacio adecuado para realizar actividad física, como ocurre en las estaciones espaciales actuales.

Estos inconvenientes no parecen ensombrecer las posibilidades de un planeta con una geología notable. Entre otras cosas, la fuente interna de calor del planeta parece originarse en radiactividad proveniente del decaimiento de átomos de torio, uranio y plutonio presentes, en importante concentración, en una corteza que tiene un espesor de entre 42 y 56 km, según un reciente trabajo realizado en base al estudio de ondas sísmicas detectadas por la sonda Mars InSight de la NASA[2]. Los recursos minerales que puede aportar Marte a la economía humana parecen ser extremadamente tentadores.

Puesta de sol en Marte por la sonda Curiosity – De NASA/JPL/MSSS; procesamientos y mosaico: Olivier de Goursac (fr), 2014 – Trabajo propio

Sin embargo, el hecho que haya intereses económicos tan fuertemente encaminados nos inclina a pensar que la expectativa de arribar a Marte nos muestra, en lugar del sueño utópico de establecer un nuevo destino para la humanidad, un posible final distópico, viendo nuestra peor versión claramente representada en afanes de conquista y dominación.


[1] La temperatura superficial media en Marte es de -60 C. La máxima en el ecuador marciano presenta una amplitud enorme entre el invierno (-110 C) y el verano (+30 C), según datos de los robots de la NASA que han circulado a lo largo de los años. También es muy extrema la amplitud diurna.  

[2] Trabajo publicado en 2023 en Geophysical Research Letters por un equipo de investigación de la ETH Zurich, liderado por el sismólogo Doyeon Kim.

El embrujo del pensamiento

Una lectura de Leñador[1], de Mike Wilson

Por Joaquín Vázquez

Releo Leñador cinco años después de la primera lectura. El libro está marcado, subrayado, con hojas dobladas y muchas anotaciones en lápiz. Es lo que hago con los libros que me gustan: los rayo. Hago eso con la esperanza de reconocer, al volver a sus páginas, los momentos de intensidad de sentido, de valor personal. No lo hago con otra intención más que la de dejar un registro de mis asombros. Hace mucho que suscribo a la idea del asombro como motor de la pregunta, como medida de lo valioso.

Vuelvo, entonces, como decía, a Leñador, después de cinco años y con el plan de usarlo para dar un taller. No hago una lectura completa, me salteo páginas. Y haciendo eso redescubro que la historia se deja leer muy bien así. Encuentro que la trama está en breves pasajes escritos en primera persona que se intercalan entre largas entradas de información. En este punto, me digo que hay una historia narrada de manera fragmentaria entre muchas entradas informativas, como si lo que se está contando estuviera escrito entre las páginas de un manual o de un diccionario. La narración que aparece es un respiro, una isla entre la cantidad apabullante de información, que por alguna razón también resulta tremendamente atractiva.

Vuelvo a Leñador y, aunque me concentro, no puedo evitar detenerme en las entradas que hablan sobre herramientas como el hacha o animales como el lobo. Mike Wilson usa el registro informativo y la distancia manualística para narrar el entorno y la vida cotidiana de un leñador del Yukón. Pone el género informativo al servicio de una historia mínima. La información es una herramienta para explicar, y la narración, una manera de mostrar. Sobre una y otra se esconde, hasta donde entiendo, una mirada wittgensteiniana del mundo que rompe con lo que se espera que hoy sea una novela.

Basta echarle una mirada a la obra de Wilson para ver que, aparte de ficción, publicó un libro sobre Wittgenstein y para alertarse sobre algunas posibles fijaciones temáticas del autor. Sus intenciones pueden haber sido muy disímiles al escribir uno y otro libro, sin embargo, es muy difícil que tras la lectura de Leñador uno salga indemne, sin pensar en la relación entre el lenguaje y la vida.

Escribe Wilson en Wittgenstein y el sentido tácito de las cosas: “…el sentido es –para Wittgenstein– algo que solamente se hace manifiesto en la actividad”.[2] Con esa aclaración puede leerse Leñador de principio a fin. El narrador de la novela llega a la región del Yukón, a una cabaña de leñadores, con la intención de dejar atrás su vida. En el primer pasaje del libro dice: “Combatí en una guerra, hace décadas en un archipiélago, y combatí en el cuadrilátero, hace años en las noches de la ciudad. Fracasé en las islas y en el ring. Me fui del país, buscando alejarme de todo, de la oscuridad, del pasado, de la claustrofobia, necesitaba respirar. Veía cosas que me hacían mal, escuchaba voces, me estaba perdiendo, extraviando en mi cabeza”. En su pasado hay dos combates y una sensación de agobio, de opresión vital que lo está extraviando en su cabeza. Esa expresión es fundamental para comprender el sentido del viaje al norte y la adopción de una nueva vida, donde la acción de vivir prevalezca por sobre las búsquedas infructuosas que el pensamiento emprende en torno al problema de la vida. Lo que el narrador va a buscar al Yukón es la disolución de los falsos problemas que se construyen en la mente y con el lenguaje. Lo que quiere es, en definitiva, romper el embrujo del entendimiento.

¿Pero en qué consiste ese embrujo? Wittgenstein lo dice mejor que nadie en el parágrafo 109 de Investigaciones filosóficas. “Toda explicación tiene que desaparecer y sólo la descripción ha de ocupar su lugar. Y esta descripción recibe su luz, esto es, su finalidad, de los problemas filosóficos. Éstos no son ciertamente empíricos, sino que se resuelven mediante una cala en el funcionamiento de nuestro lenguaje, y justamente de manera que éste se reconozca: a pesar de una inclinación a malentenderlo”.

Podríamos decir que el itinerario del libro de Wilson pretende ir hacia la descripción más llana. ¿Pero cómo ir hacia eso? ¿Cómo contar una historia que sea pura descripción, que no se permita caer en ningún tipo de explicación? El problema es parecido al que se le suscita a todo escritor frente a la máxima del vox populi del know how que dice, en inglés, “show, don´t tell”.

Wilson apuntala los momentos fugaces de su narración con entradas de un almanaque o un manual de vida en los bosques. Cada entrada tiene el nombre de un objeto y el texto que la acompaña da cuenta con rigurosidad de los contextos en los que el nombre de ese objeto cobra sentido. Es decir, Wilson no hace ni más ni menos que extremar en su novela la teoría wittgensteiniana de los juegos de lenguaje. Reconstruye con minucia el contexto que hace posible comprender la particularidad de cada uno de los elementos que forman parte de la vida de un leñador. Podríamos decir que Wilson logra mostrar las parcialidades desde una visión sinóptica, por un lado. Y por otro, que solapa a la secuencia de entradas informativas el relato de la experiencia del narrador.

El efecto final de eso es poderosísimo, porque es el lenguaje ajeno a la voz del protagonista lo que repone el contexto global de las posibles circunstancias a las que aquél se enfrentará. El lector imagina al narrador muy cerca de cada herramienta, de cada fruto o acción que aparecen en el manual, a pesar de que cuando el narrador toma la palabra la mayoría de las veces no menciona esas cosas..

¿Pero entonces qué cuenta el narrador? El detenimiento del mundo, la desaceleración, la atención renovada por el entorno boscoso y salvaje, los modos de leer los troncos talados y el rastro de los animales en el paisaje. En la voz del narrador se manifiesta la experiencia, se hace patente la realidad tal cual se presenta, sin dobleces conceptuales, sin explicaciones que dupliquen el mundo. Por eso, creo, Mike Wilson subtitula su novela como ruinas continentales. La realidad en sí de las cosas, su dimensión esencial, su presencia en acto, es desplazada por otros usos del lenguaje, que devuelven al narrador al sentido a través de la acción. Es decir, esos usos del lenguaje acaban con su extravío mental, lo orientan, una vez que logra abandonar la voluntad filosófica de conocer el mundo a través de definiciones. Esa es la ruina de la filosofía continental, de la metafísica, donde se abre la puerta a otra forma de vida, donde se suspende el embrujo del entendimiento.

Dice el autor en su libro sobre Wittgenstein: “”El filósofo tradicional quiere codificar el “qué es” del mundo en conocimiento al contrabandear los sentidos de un juego epistemológico a algo donde no corresponde ni tiene sentido la codificación”[3]. Lo que hace el narrador de Leñador es todo lo contrario: se aleja del extravío mental y va en dirección de la acción, intenta vivir en la inmediatez de un contexto que le resulta novedoso y descubre, allí mismo, que la resolución de su problema existencial estriba más en la interrupción del lenguaje que en la reflexión.

Como en ningún otro lugar, en la página 96, Wilson consigna con precisión una reflexión del narrador en torno a la manualística, que es, también, el ars poética del propio autor: “Los almanaques pertenecen a otro tiempo y a otra mentalidad, así como las guías telefónicas o los manuales de niños exploradores. Son libros sin ánimo creativo, escritos al servicio de una función pragmática. Sin embargo, me surge la duda de qué son cuando pierden su utilidad. Un manual de instrucciones que detalla la manutención de motores a vapor ¿sigue siendo un manual aún cuando ya nadie utiliza motores a vapor? Puede ser. O quizás sea otra cosa, quizás a partir de la obsolescencia de un texto este se vuelva literatura, se vuelva arte. El manual, el almanaque, la guía pasa a ser novela, una novela dotada de una honestidad brutal, sin artificio, sin pretensiones ni ambiciones literarias, sin ánimo de vanguardia ni de experimentación, simplemente un texto libre de espejismo”.

¿Qué es un manual fuera de su contexto? ¿Qué es, por ejemplo, un manual de vida en los bosques inserto en una novela, sino la obsolescencia de la funcionalidad tutora, es decir, literatura a secas? No basta con instalar una enciclopedia –ni un mingitorio– bajo el rótulo de novela para que se convierta en literatura. Lo que hace Wilson es algo más, porque bajo el trastocamiento de los límites entre géneros literarios afirma que la lectura de un almanaque agrícola puede llevar la atención del lector hacia el mundo. En el caso de Leñador, el lector es el narrador de la historia. Este no solo lee el almanaque, es un lector absoluto, voraz, fascinado ante el mundo novedoso que está descubriendo, que lo tiene tan absorto que hace que se olvide de la Guerra de Malvinas y de su pasado pugilístico. La información, en esta novela, suplanta a las cosas, se impone como si fuera la única realidad, inconmensurable respecto de la experiencia, pero creadora de contextos que hacen posible otra vida.

Esa otra vida posible del personaje, ese más allá de lo que fue como individuo, coincide también con el famoso aforismo del Wittgenstein del Tractatus lógico-philosophicus que dice que de lo que no se puede hablar es mejor callar. En ese aforismo se condensa la dimensión terapéutica del filosofar: el silencio no como simple ausencia de palabras, sino como sigética activa, como estar abocado a la acción de vivir sin estar duplicado enfermizamente en el concepto, en la explicación. Callar como crítica al lenguaje vacío, a la literatura explicativa. Callar como sinónimo de descripción. No de la descripción de la novela decimonónica, sino como la atención puesta sobre lo manifiesto. En la superficie de las cosas no hay falsos problemas, hay pura afirmación, fuerza, vitalidad, efervescencia y sentido. Solo el lenguaje y sus usos viciosos hacen posibles los contrasentidos, las ambigüedades, las aporías, los problemas.


[1] Wilson, M, Leñador o ruinas continentales, Fiordo, Bs As, 2016.

[2] Wilson, M, Wittgenstein y el sentido tácito de las cosas, Orjikh Editores, Santiago de Chile, 2014.

[3] ídem, p. 52.

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José María Borghello: para una literatura mendocina de los 70s y 80s

Por Fernando Suarez

Asumiendo que la discusión sobre literatura regional y no regional ya ha quedado en el pasado, por lo menos en el pasado de lo literario discutible, podría comenzar (in media res) la redacción de esta especie de epitafio mal grabado con la contradictoria presentación de un escritor mendocino que ni nació ni murió en Mendoza. Su literatura es mendocina, por lo menos así lo hemos decidido quienes habitamos la esfera crítica de lectores acostumbrados a etiquetar por nacionalidad, región, idioma, tema o lugar de publicación. Pero sus primeros libros no se editaron en esta provincia. Las dos novelas de su autoría, Que los niños huyan de mí (1973) y Plaza de los lirios (1985), aluden a Mendoza; la segunda más que la primera. Sin embargo, no existen en ellas lo que conocemos como cuadros costumbristas: esas descripciones típicas y prototípicas de esta región que suelen aparecer en los textos de la denominada literatura mendocina tradicional. Sobre todo, en esas escenografías de fondo que el canon y la imaginería popular identifican con lo cultural mendocino; llámese acequias, vendimia, vino, desierto, montañas, parras, tonadas. Pero quien se acerque a la historia de Flavio y Nicolás (los personajes principales de Plaza de los lirios) notará cierto desdén a las costumbres provincianas, una atmósfera más porteña que cuyana, una crítica a la moral mendocina de los años 70s y 80s y un estilo vanguardista o disruptivo que se aleja demasiado de la narración lineal, folclórica y pintoresca propia de la tradición canónica que ubica a Fausto Burgos, Alfredo Bufano, Draghi Lucero y Tejada Gómez, entre tantos otros, como los escritores que merecen formar parte del trencito diacrónico ajustado a las características exacerbadas de lo típicamente regional. Incluso cuando estos mismos escritores hayan sorteado voluntaria o involuntariamente el saco regionalista en alguna narración, esos textos serán los menos mencionados por no cumplir con lo que se espera del arte cuyano ¿No será por esa misma evasiva de Di Benedetto a pintar costumbrismo que fue sacado del campo regional mendocino e instalado en el salón de la literatura argentina? Así, argentina a secas, como cuando se habla de Borges, Lugones, Quiroga sin decir rioplatense, cordobesa o litoraleña.

La obra de José María Borghello es escandalosa. O mejor dicho fue, porque hoy a nadie le sorprendería la descripción exquisita de una felatio con derrame seminal incluido. Tampoco nos dejaría atónitos el romance de un muchacho burgués con un albañil pobre y analfabeto. Ahora bien, lo que sí nos puede dejar perplejos, sobre todo a los lectores mendocinos, es que en esta provincia catalogada muchas veces como retrógrada, pacata, ensimismada y tradicionalista (con todo el peso peyorativo del -ista) se escribió hace décadas la historia de un pedófilo, los amores entre travestis y muchachos de barrio, cuentos surrealistas o perfectamente posibles de ser alineados en la literatura maldita y decadente europea, obras de teatro en donde los personajes comen cenizas de un muerto, cuentos de fantasmas que no provocan temor, sino más bien compasión y un desfile humano o humanoide del hampa o de la burguesía mendocina que llaman la atención porque, a veces, se nos parecen demasiado. Más todavía: puede suceder que la perplejidad aumente si los lectores se enteran, porque así lo ha declarado el mismo José María Borghello, que Plaza de los lirios es un homenaje a gente real, un testimonio de lugares reales, un paseo a través de barrios, calles y antros que existieron por doquier en pleno centro de la ciudad o en los suburbios no asfaltados del piedemonte. Paisajes que no son el mero fondo de las acciones, sino el mapa necesario para una novela precursora de la literatura queer mendocina.

Voy a detenerme solo en las novelas. El resto de sus textos quedará para ser descubierto por los lectores/navegadores de redes/revolvedores de bibliotecas, si es que la curiosidad ronda en el ojo del que todavía no ha leído a Borghello. E intuyo que serán muchos, ya que sus textos son de difícil acceso porque no hay editorial ni casa de estudios ni cátedra de Literatura que se haya interesado por este autor. Solo pululan por ahí las primeras y únicas ediciones y se pueden hallar en internet. Con seguridad, estarán en algunas bibliotecas de Buenos Aires. Con menos seguridad, en los mesones de la Alameda mendocina. Eso sí, para toparse con sus dos obras de teatro (Cremor tártaro [?] y Consagración [1982]), deberán hurgar en los anaqueles de la biblioteca de la Facultad de Arte y Diseño (UNCuyo) y encontrar unas fotocopias tamaño oficio, tipografía estilo máquina Olivetti. En las redes aparecerá un libro de cuentos llamado Las razones del lobo (1974). También, una colección de narraciones de varios escritores consagrados: Así escriben los duros sobre el amor (1975), en la que José María Borghello participa con “El ropaje”. Finalmente,  el libro de cuentos La salida y otros encierros (1992). En vano tratarán de hallar una novela que iba a titularse Las enanas también toman taxi, porque Borghello no la había concluido cuando murió en el 2000, o al menos sabemos que no alcanzó a publicarla. Aunque sí dejó constancia de su elaboración en el último reportaje que Andrés Cáceres le hizo para el diario Los Andes (Cáceres, 30 de enero 2000: 3).

Que los niños huyan de mí (1973)  se presenta como un recorrido laberíntico por los pasillos de la conciencia de un pedófilo. Pero sin anatemas ni justificaciones ¿Hace recordar alguna frase célebre el título de este libro? Si un Dios hecho hombre dijo: “dejad que los niños vengan a mí”, un Anticristo, por obligación de oficio, debe contrarrestar el símbolo y el significado piadoso cada vez que se dé el momento oportuno. Hay un Anticristo mendocino, entonces, que da vuelta algunos conceptos e interroga respecto a la condición humana. Esto siempre acarrea un riesgo y por aquel entonces provocó alguna crítica ceñuda y moralista en una reseña del prestigioso diario porteño El Cronista Comercial (28 de noviembre, 1973) cuando Ema Lía Salas –la crítica–  confundida en la compleja tarea de diferenciar pacto de lectura y escritura con declaración de principios o semblanza judicial, acusaba la “tremenda crueldad en la fría exposición de los más bajos instintos”, generalizaba su propia dificultad para “determinar dónde termina lo normal y dónde comienza a jugar la inmoralidad” y se lamentaba por “la ausencia total de valores humanos” (Salas, 1973).

La otra, Plaza de los lirios (1985), crea un mundo ficticio entre los escombros de la realidad de una Mendoza oculta, silenciada. Hay una historia central: la de Flavio o La Ofrecida y Nicolás o El Negro. Pero el amor turbulento de ellos es apenas una excusa para adornar las calles oscuras con oropeles, para trastocar los sexos, para dar un paseo por las plazas céntricas que cobijaron a las travestis provincianas de aquellos años convulsionados. También, para burlarse de las costumbres burguesas, de los premios literarios, de la normalización familiar y hasta de los mismos ritos marginales. Para mostrar el progreso; más bien para indagar en lo que se sacrifica cada vez que una ciudad pretende ser más bella y moderna. Pero sobre todo, con el objeto de dejar plasmados en una novela a personas -no personajes (aquí también quiebro el pacto ficcional)- que merecen ser escuchados porque nos susurran al oído una provincia que existió por aquellas décadas y que será descubierta, al menos, por los que se sientan llamados a leer una particular relación, sin concesiones ni excusas. Algo bastante original y llamativo de esta novela es que Borghello ha introducido en el inicio de cada parte una especie de epígrafe pero con una estructura dramática; algo así como interludios teatrales entre capítulo y capítulo: sentados en derredor de una mesa en el bar de la Chilena, conversa un grupo de travestis y en cada escena entran y salen varios personajes que forman parte de la historia principal. Ahí los secundarios toman protagonismo y ahí se derraman junto a los vasos de vino las declaraciones más contundentes y reflexivas de toda la novela; principalmente en boca de la Inmaculada, personaje que por momentos es la voz narrativa o el yo lírico, si se quiere, portador de la esencia y la ética de Plaza de los lirios.

En los salones literarios (generalidad que uso para referirme a las aulas universitarias o académicas y a cualquier sitio en donde se mastique la Literatura) solemos identificar rápidamente una palabra-signo con un concepto aceptado: digo existencialismo y navego por escenarios europeos del siglo pasado, digo decadentismo o literatura maldita y salto al XIX. Pienso en arrabales, tangos y compadritos para ubicarme en la bruma porteña del Río de la Plata. Relaciono una narrativa rupturista (forma caótica del texto como juego de palabras) y reboto de Faulkner a Cortázar, de Benedetti a Rulfo, de las Vanguardias al Posmodernismo. Escucho literatura queer y viajo a las ciudades de Perlongher y Bolaño o a los escenarios bonaerenses de La boca de la ballena (1973), de Héctor Lastra y de Los invertidos (1914), de José González Castillo. No asociaría estos conceptos, temas y escenarios a la literatura mendocina porque los regionalismos menores, los que existen pero no forman parte del arquetipo caprichoso, suelen desecharse. Son esas regionalidades que João Claudio Arendt (2011) identifica como las costumbres, los lugares y los rituales silenciados a la hora de construir arquetipos regionales porque no encajan en el conservador imaginario popular o académico. Así como las isoglosas subjetivas y cambiantes del lenguaje trazan marcas políticas en los mapas imaginarios, así también se intenta demarcar regiones en una expresión de la lengua: la literatura mendocina. Pero en esta ocasión se desborda el continente y se derrama en “la literatura” a secas; porque en el caso de los textos de Borghello, es mendocina aun con las letras de tango y los arrabales. Incluso editadas primeramente en Buenos Aires. Con el decadentismo y la duda existencial, con la nueva narrativa rupturista o posmoderna y con la impronta queer de una ciudad no capitalina, de una Mendoza trans con literatura maldita que espera ser reconocida por propios y ajenos.

Bibliografía

Arendt, J.C. (2011). “Do outro lado do muro: regionalidades e regiões culturais”. https://www.labeurb.unicamp.br/rua/anteriores/pages/pdf/18-2/6-18-2.pdf

Cáceres, A. (Enero 30, 2000). “Último reportaje a José María Borghello: Adiós al amigo”. Los Andes.

Salas, E.L. (Noviembre 28, 1973). “Círculo de barro”. El Cronista Comercial.

Podcast # 29: Daniela Camozzi

Nació en 1969, en Haedo, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Publicó, en poesía La felicidad ajena (Huesos de Jibia, 2008), Mones Cazón (Ediciones del Dock, 2015), El amor en Blade Runner (Espiral 6, 2016), La brecha que existe entre los cuerpos (Baltasara Editora, 2018), Fugacidad/La realidad del cuerpo (Colección Dos Poemas, Ediciones Arroyo, 2019) y La posibilidad (Baltasara Editora, 2021).
Tradujo los libros de poemas Canción de cuna y otros poemas de Joseph Brodsky (Huesos de Jibia, 2009) con Walter Cassara; Donde sea que vaya y otros poemas de Muriel Rukeyser (Viajero Insomne, 2015); La cúpula de cristal de Amy Lowell (Mágicas Naranjas, 2018), Rukeyser. Sexton. Rich (Wolkowicz Editores, 2020), Antecesoras (Editorial Llantén, 2022) como parte de Medusa, colectivo de poetas y traductoras feministas, y Conocimiento del verano y otros poemas de Delmore Schwartz (Huesos de Jibia, 2023) con Walter Cassara.
Poemas suyos han aparecido en diversas antologías, entre las más recientes Flotar, 100 poemas sobre ríos, 100 poetas argentinxs (Proyecto Camalote, 2020), El beso que no di (Ediciones Arroyo, 2020) y Una imagen para decirlo (Paisanita Editora, 2022).
En febrero de 2022, ganó la convocatoria Poesía en voz alta del Festival Poesía Ya (organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación en el Centro Cultural Kirchner) entre otres veinte poetas de todo el país.
Integra la editorial artesanal abduciendo una vaca, uno de los proyectos de enetedé producciones transfeministas, de la organización social No Tan Distintes, mujeres y LGBT+ en situación de calle, de la que es una de sus fundadoras.
Coordina talleres de lectura y escritura de poesía y clínicas de obra poética.
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«Nada de pequeños tropiezos»(La brecha que existe entre los cuerpos, Baltasara Editora).
«El pie se avecina y roza» (La brecha que existe entre los cuerpos, Baltasara Editora).
“La realidad del cuerpo” (Fugacidad/La realidad del cuerpo, Colección Dos Poemas, Ediciones Arroyo).
“Padre de casi ochenta” (La posibilidad, Baltasara Editora).
“Donante a su extraccionista” (La posibilidad, Baltasara Editora).