Alberto Rodríguez (h.) mira de frente a la cámara. Está rodeado de libros y la luz, tenue y furtiva, que atraviesa la fotografía pareciera establecer un diálogo silencioso con el hipotético espectador. Murió hace unos años -2013-, pero hagamos igual el ejercicio espiritista -que no perfomático- de preguntarle, como si aún estuviera vivo (nosotros que tanto presumimos de estarlo) en su pequeño departamento del Barrio Cano. ¿En qué estará pensando el viejo novelista otoñal? ¿En el enterradito lagunero? ¿En la revolución de la Amerindia que no fue, que no pudo ser? ¿En el fruto carnavalizado de esa violación primigenia que la Historia bautizó con el nombre de Conquista? ¿En el fantasma omnipresente de su maloliente Lencinas, balconeando el horizonte del tortuoso porvenir? ¿En esta tierra cuya cacareada pujanza solo pudo lograrse (y mantenerse) a merced de una programada desolación metafísica de sus habitantes? ¿En las ruinas volátiles de una Ciudad (en flor) que parece diseñada especialmente para fogonear la amnesia colectiva? ¿En el eco de ese chiste tonto que, como un matuasto satisfecho, se regodea con una literatura hecha de oportunas lavadas de cara y sistemáticos ninguneos? ¿En el palmarés arreglado del Certamen Vendimial, ese espanto de mediocridad autocomplaciente? ¿En los paladares negros de las sucesivas promociones literarias cuya ardiente resistencia se parece mucho, demasiado, a un berrinche senil (aunque se proclamen novísimas de toda novedad) y trasnochado (aunque sean partidarias de la asepsia y la segregación moral)? ¿En la necesidad de un pensamiento crítico local que trascienda la mera dinámica del conventillo y la venganza, y no se ahogue de nostalgia por las luces estroboscópicas del Gran Puerto? ¿En la actitud de cierto progresismo cuquero encandilado por la luz de sus propios diseños fatuos (el patrullero existe, su condición de posibilidad, por ustedes, en la calle, en los medios y en la academia)? ¿En el ritornello idiota de una dizque autogestión sin brújula que terminó mareada (en la marea) de tanto rosquear con el enemigo? ¿En la feria de las vanidades de las redes sociales en donde cada uno de nosotros venderá, tarde o temprano y a su debido tiempo, gato por liebre, ambición por necesidad extrema, experiencia -ponéle- por tallerismo, en fin, poemitas por poesía? ¿En el buenismo reincidente, hijo dilecto de la doble vara moral de esta provincia, que proyecta ese aura apesadumbrado de quien siempre amanece del lado correcto de las palabras y las cosas (las muertas, la tierra, el agua, las diversidades, les niñes no pueden defenderse cuando hablan, escriben u antologan usurariamente en su nombre)? ¿En quienes, finalmente, recibirán el pase del testigo de los proscriptos de la República Canalla?
Mendoza 2021-22
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Alberto Rodríguez (h.), Mendoza 1924-2013. Novelista, dramaturgo, ensayista y periodista. Recorrió Mendoza y parte del continente. Experimentó dos exilios: durante la dictadura de Onganía y por el gobierno de facto de 1976. Colaboró con distintas revistas en Argentina y México.Publicó «Matar la tierra» (D’Accurzio, 1952, y ECM, 1995 y 2005), «Donde haya Dios» (D’Accurzio, 1954) y «República Canalla» (póstuma, ECM, 2016) y dos obras teatrales junto a Fernando Lorenzo: «Nahueiquintún» (1963) y «Los establos de su majestad» (1973).
Cuando salimos del museo por la calle Espejo tuve que detenerme y reconocer el lugar. Una noche fría de hace varios años alguien me indicó que, en el subsuelo, había un teatro y que cerca un hombre se inmoló. Hoy, por primera vez, entré. Siempre me pasa lo mismo, vuelvo tan triste de los museos. Entre la confusión y la amargura escucho un audio de Franco, su voz congestionada dibuja con un pincel el sitio donde nos hallamos (¿sabrá él que Cúneo fue tuberculoso? ¿Cómo contarle a un joven poeta de otro lugar nuestra historia, Cúneo, la historia de la plaza que fue tu colchón y tu pira?) Adentro, un par de zapatos gastados y una silla de totora invocaban a Van Gogh. Dos dibujos de Carlos Alonso muestran la contracara de una misma moneda: tu cama llena de libros, tu lado encendido en llamas.
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Yo misma no soy de esta ciudad, Cúneo, pero te cantaré lo que me dice. Está bellamente triste la ciudad esta tarde; un joven toca el saxo, su melodía es una palabra sola en el discurso de este mundo. Me recuerda a tus poemas. ¿Sabrán las señoras que venden flores, los que pasean sus perros, los niños, los artesanos como campesinos que se agachan en los trigales, que en esta plaza vivió un poeta? Con el pasto que crece del pecho de Walt Whitman, con el vino y la luna de Li Po vivió un poeta. Con su pecho colorado contra el pecho verde en hebras y está en la tierra, en el aire, como la semilla está en la fruta. Abrigado no más que por el refugio de sus poemas. Porque no hubo para vos, Cúneo, estómago lleno. No hubo cuarto.
Estás en el aire.
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Cada vez que digo tu nombre cierro los ojos. Creo más en lo que no veo. Lo que sé de vos es espurio, incompleto y voy inventando lo que me falta. Me rehúso a congelarte en una imagen. Hombre ardiente que llegaste corriendo hasta esta plaza como fogatas de rebaños rojos. (¿O fue flotando como una pluma?) Cuando pienso en vos, en tu cuerpo pequeño. Un cuerpo no es una cúpula, no es una obra que puedas reconstruir; un cuerpo es la suma de carne y huesos bajo tu traje sucio de poeta. Cuando pienso en vos, digo, la poesía es un acto de fe. La poesía, como la magia o las plegarias, no confía en lo inmediato, mira buscando en el fondo de cada cosa. Con locura libamos la miel de lo visible para colocarlo en la colmena de lo que no se ve. En el corazón de cada época, a riesgo de terminar en un gulag, pero sabiendo. Tu nombre ahora es sinónimo del fuego, Cúneo. A vos que fuiste silvestre te encierran en la camisa de fuerza de las brasas, en el relato de los poetas suicidados de este país. Con un mensaje: esto es lo que pasa con un poeta, lo que es decir, extranjero, desertor (ESTE es el secreto de este páramo, me lo sopló Marina Tsvetaeva: a los poetas los matan). No entienden los poetas chatos, ni los infames, ni los sociólogos, ni los artistas, ni los burócratas, ni las periodistas y demás organizadores de ferias municipales, que en este sitio, en esta ciudad pequeña, un poeta pobre, un poeta perro prefiera matarse (o morir en vida) que seguir cantado. (Y digo pobre no de pobreza romantizada, pero sí consciente de su regalo.) No saben, dicen que no saben. Con tu puestito de libros quemado en la dictadura. Nadie lo va decir, menos podrán escribirlo. De tu hambre no saben (alguien podría escribir un poema de las tribulaciones del hambre... pero ¿Cómo terminarlo?)*
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Esto es el teatro de la representación burguesa. Te matan y vuelven a matarte, Cúneo. Funden tu nombre con las cenizas y el olor de la bencina y no con los pájaros, las abejas y las flores. No pueden ligarte con la idea de lo que brota, de lo que juega, de lo que arde sin consumirse: la primavera a la que te entregaste como acción de amor. Una muerte cargada de sentido. Una pregunta, un kōan en la certeza del poder cínica y perversa. No los perdones, no los perdones, no los perdones porque en el fondo odian la palabra. Tan huérfanos que estamos de poesía, a pesar de la abundancia de los autodenominados poetas.**
Segunda parte
No sé si puedo precisar lo que ocurrió ese día en la Plaza Independencia. Algo en el orden de la epifanía, la revelación. A veces, y solo a veces, miro la ciudad con otros ojos, a esta ciudad que no conozco. Si su diario vivir le parece pobre, no le culpe a él. Acúsese usted mismo de no ser lo bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas, me dijo P citando a Rilke, y nos reímos.
Lo cierto es que ese jueves, en ese lugar, contemplé en el sentido profundo del término: contemplé (pude verlo todo en la presencia de algún dios). La plaza fue un lugar pero, también, un tiempo de la poesía y de volver a ligarme con lo inexplicable.
«La poesía está en lo inexplicable», dice María Malusardi.
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La poeta chilena Carmen Berenguer publicó «Bobby Sands desfallece en el muro» en 1983. Un homenaje al poeta y revolucionario irlandés Bobby Sands, que murió después de una prolongada huelga de hambre bajo el régimen de Margaret Thatcher. Cada poema de la serie tiene el número del día de ayuno, reconstruyendo el camino del poeta hacia la muerte. De repente me obsesiono con este libro, paso semanas mirando cine irlandés de la época de Los Problemas.
Me pregunto qué tiene que ver esto con Cúneo.
Leo una anécdota en la que un Di Benedetto enlutado les devela a otros escritores en la redacción de Los Andes, la existencia de un cuento («El loco Queiral», 1925) que anticiparía la suerte de Cúneo. Otro poeta pobre y loco, sanjuanino, desilusionado por la crítica y abandonado por los suyos que resuelve quemarse a lo bonzo. El año de escritura del texto coincide con el del nacimiento de Cúneo.
Me pregunto qué tiene que ver esto con Berenguer.
Si la chilena realiza, por medio de la figura de Bobby, un homenaje a los presos de su país, es porque el texto fue escrito durante la dictadura. Si pasados los 60s (y 70s) y ya en época de democracia, frente al mito de Cúneo en la provincia se insiste con el universo del “no entendemos” o “no se sabe” (escudándose en la tragedia y el malditismo, en el destino y la profecía), ¿quiénes son los que no saben y qué cosa? ¿Qué se esconde bajo la alfombra del fetichismo? ¿Qué se dice desde la retórica del secreto a voces?
Vuelvo a Rilke: Pues para un espíritu creador no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno, que le parezca pobre o le sea indiferente. El camino encendido del poeta Cúneo hacia la muerte. La caída absurda de un Di Benedetto fuera del perímetro de Mendoza, no son datos de color para un artículo periodístico. Son huellas de sentido inscriptas sobre las placas temblorosas de este suelo que, ahora mismo, caminamos.
Tercera parte
La relación que tienen muchos mendocinos con Cúneo me recuerda al poeta del cuento «El cariño de los tontos». Un poeta imaginario, primigenio, arquetípico. Y no lo digo desde afuera, lo digo preguntando por un juego de tensiones que evite cualquier tipo de certidumbres. Frente a la pregunta, frente a la escritura, frente a una obra entera hay algo que urge por ser dicho. Esto no se a ve a simple vista y tiene un significado a posteriori.
Javier Galarza, quien retoma a Heidegger, se pregunta: ¿Somos capaces de escuchar lo que Rimbaud calló? Y agrega: ¿Somos capaces de escuchar toda esa poesía que los siglos callaron en Safo? Yo me pegunto, entonces, ¿somos capaces de leer, ahora, el puñado de poemas que Víctor Hugo Cúneo nos dejó? ¿Y de oír aquello que aún nos grita, como un ruido blanco, hasta aturdirnos por completo, desde su último silencio?
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La muerte de un poeta es una catástrofe para el lenguaje, dice Joseph Brodsky.
¿Qué clase de poeta fue Cúneo? ¿Fue uno bueno? ¿Fue uno malo?
No importa.
No fue el primero, tampoco el único en este sitio. ¿En qué espejo se habrá mirado?
¿En los simbolistas y los románticos?
¿Tal vez en Ramponi?
¿Quiénes fueron -al decir de T.S. Eliot- sus verdaderos contemporáneos? ¿Quién lo tocó?
Pero, mientras más escribo ¿escarbo?, mientras más me zambullo en él, pienso que hay algo en algún lado que simplemente se rompió de la cadena de trasmisión.
Que algo de aquel fuego quema todavía. ***
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Cada poeta que muere deja en manos de otro, como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la nada a nuestro corazón esparcido. Ante la sombra de dos poetas, nos levantamos otros dos, y ante la nuestra se levantarán otros dos mañana, le escribió en una dedicatoria Miguel Hernández a Vicente Aleixandre y yo lo tomo del libro de Javier.
La poesía transcurre en un tiempo otro porque continua una trama simbólica donde las palabras son eslabones, correspondencias en la intemperie interminable. Construye desde las ruinas, desde el desecho. Si se escribe, si se lee, si se pregunta sobre una obra, es apenas por continuar un diálogo que nos trasciende, que se abre como un sendero ante nosotros. Un destello en la historia de los signos. Lo que me interesa de Cúneo, mi Cúneo, si se me permite invocar al Pushkin de Marina Tsvetaeva, fue que habitó la poesía (que no es lo mismo que estar en ella). Como no son lo mismo la parcelita de aspiraciones meritocráticas hociqueando lo estatal y el corporativismo de la contemporaneidad inmediata que vivir con la cabeza desnuda bajo las tormentas de Dios (Hölderlin). Yo lo atesoro a mi Cúneo porque en él se ha vislumbrado la intemperie. Mi Cúneo se supo herido y frágil, enfermo crónico del lenguaje. Y, sin embargo, no mendigó la sanación.
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En el video de «Happens to the heart«, de Leonard Cohen, una persona camina a través de un bosque despojándose de sus ropas en una especie de pasaje/trasmutación. En el libro de poemas «La oruga», de Marisa Negri las mujeres de Surinam saben de las semillas de la flor del pavo real para abortar a los hijos que nacerían esclavos. Ingieren ciertas bayas venenosas para cometer suicidio y despertar del otro lado del mundo junto a sus amigas.
¿En dónde estaba?
Este texto nació caminando. Viene de ahí. No podría cerrarlo de otra manera (y no concluyo). Los sabios orientales dicen que es mejor integrar que huir de aquello que nos persigue como una sombra. ¿Qué caminaba junto a Cúneo? y ¿Qué camina junto a mí ahora y corporizando qué? ¿Cómo saber
cuándo cortar?
¿Cómo tomar lo recibido y perseguir su huella luminosa?
Quizá escribir, sintonizando con la música del mundo, dice mi amiga (de qué mundo sería otro tema), hasta que la obsesión tome su forma**** y muera.
Cúneo, Víctor Hugo. El nacimiento del ciudadano y otros poemas. 2ed. Mendoza: Ediciones Culturales de Mendoza, 1995.
Galarza, Javier. La religión Holderlin. 1ed. Buenos Aires: Llantén editorial, 2022.
Negri, Marisa. La oruga. 1ed. Delta de San Fernando: La ballesta magnífica, 2022.
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Víctor Hugo Cúneo nació en San Juan en 1925. Publicó «El nacimiento del Ciudadano» en 1952 y en plaquetas literarias los poemas «La campana» y «Poema a Vincent Van Gogh» en 1955 y 1960, respectivamente. En 1972 apareció su libro póstumo editado por Burnichón Editor en Córdoba con carta introductoria de Alfonso Solá González. Falleció en Mendoza en noviembre de 1969.
Máquinas de duelo esparce semillas de lectura. Pasajes, citas, fragmentos y versos se resignifican, desvían y contaminan en torno a la experiencia propia contemplada desde un suelo que también es un tiempo.
La escritura y la lectura son protagonistas de una desesperación y de una existencia.
Poesía de la lengua y también del cuerpo.
Las máquinas de duelo proyectan dobles, desviadas y astilladas. El maternar, el amar, el sobrevivir, el mudar de piel y de paisajes resuenan en poemas que le sirven a Sabrina “de escuela y de casa y de caballo”, según ella misma dice en la dedicatoria.
El poemario refiere duelos pero sobre todo aprendizajes. De allí la frecuente aparición de palabras e imágenes del universo del “darse cuenta”. “De repente aprendí algo”, dice la voz poética. Y lo que entendió es que “la palabra que elegimos/ no borra la que ocultamos”.
Lo que se entiende, por otra parte, es lo que se aprende. Por ejemplo, la palabra desmadrar que es verbo y es borde de un cuerpo “que no debería ser un hígado que se muestra a sala repleta”.
El duelo ofrece también en este libro una resurrección posible. Quién resurge del silencio como una voz, como música, como sonoridad del mundo que se ahueca, qué mujeres conversan alrededor de una mesa, cerca de una finca que se funde entre imaginación y recuerdos, qué mujeres escriben en su diario su desgano, su rechazo de leer “versos de nadie”,/y a “atender los dolores/en el cuerpo de otros”. Los otros, los otros, los otros, cuerpos maquinales que convidan a la humanización.
Tani Mellado
Foto: Natalia Litvinova
*Luciana Mellado Palma es poeta, investigadora y docente universitaria. Vive en Comodoro Rivadavia desde su primera infancia. Trabaja en la Universidad Nacional de la Patagonia. Dictó conferencias y lecturas de poesía en distintas ciudades de la Argentina, Chile, España y Alemania. Recibió becas de investigación y creación en el país y en el extranjero. Dirige, con Andy Maldonado, el colectivo de artistas Peces del desierto.
Barrego, Sabrina. Máquinas de duelo: comentarios de Edith Galarza; fotografías de Carlos Leandro Henríquez Páez. 1ed. San Miguel de Tucumán: Falta envido ediciones, 2022.
Aníbal Costilla nació en El Mojón, Pellegrini, Santiago del Estero, en 1980. Es docente y escritor. Escribe poesía y cuento. Integra la Antología Federal de Poesía, NOA, Consejo Fed. de Inversiones (2.017). Publicó textos en revistas literarias y en los diarios El Liberal y Nuevo Diario. Forma parte de la Antología de Poetas Santiagueños (2.013). Publicó, entre otros, los libros “De este lado del río” (Equinoxio, 2018), “Memoria del canto” (Camelot América, 2018), “Dejarse llevar” (Niña Pez Ediciones, 2019), “Esto parece eterno” (Rangún, Caleta Olivia, 2019), “La urdimbre del miedo” (Buenos Aires Poetry, 2020) y “Última oportunidad + 2 Poemas” (Arroyo Ediciones, 2021). …………………………………………………………………………………………………………………
Bebida (inédito). XXIII (De «La urdimbre del miedo»). A la orilla del río Horcones (De «Memoria del canto»). Cuando te llame (inédito). Infancia (De «Memoria del canto»). Ojos inversos (inédito).
Camila Vazquez (Rosario, 1994). Se crió en Merlo, San Luis. Reside en Río Cuarto, Córdoba. Es Profesora y Licenciada en Lengua y Literatura. Trabaja como docente en escuelas secundarias y en talleres literarios. Coordina el espacio Casa de Poesía.
Publicó el poemario Yeguariza (Kintsugi, 2020). Integra las antologías Flotar y Campo (Camalote, 2020- 2022) y Amenaza y maravilla (Gog y Magog, 2022) y Poetas argentinas: 1981-2000 (Del Dock, inédita). Recibió los premios La Bienal de Arte Joven de Buenos Aires en la categoría poesía (2021) y Nosotras movemos el mundo organizado por el CCK en la categoría Manifiesto (2022). Escribe para el medio La Marea. Milita en el Colectivo Glauce Baldovin. ………………………………………………………………………………………………………………… Poemas: «Zafiro» (Yeguariza, Kintsugi, 2020). «Cautiva» (Yeguariza, Kintsugi, 2020). «Genealogía» (Ciencias naturales, inedito). «Códice» (incluido en la antología Amenanza y Maravilla, 2022, Gog y Magog). «Ciclo Orientado» (Ciencias naturales, inédito). «Testimonio III» (Tautea, Agua Viva, 2022).
Damián Lamanna Guiñazú vive en Caseros, Pcia de Bs As. Escribe poesía y ensayo. Publicó cuatro libros de poemas -para siempre a ese fantasma (Promesa editorial, 2022), propiedad horizontal (añosluz editora, 2016), después de la superficie (editorial simulcoop, 2013) y dormir en la espalda de la lengua (edición de autor, 2011)- y editó un disco La culpa del mundo (2019) con la banda homónima. Participó de antologías en Brasil, Chile y Colombia. Es parte del UntrefCyT “Las Raras. Revistas de Poesía de los noventa” que coordina Jorge Monteleone. Por su tesis de maestría Poéticas del reverbero (ensayos sobre poesía) obtuvo la beca Sara Gallardo y en 2022 participó de la residencia Demolición/Construcción en Casa/Estudio B´atz´ (Unquillo, Córdoba). En 2016 fue invitado al Encuentro Universal de Escritores Vuelven los comuneros (Bucaramanga, Colombia). Trabaja como docente secundario y universitario y coordina el área de Literatura del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (ex ESMA).