Sobre Antes de cerrar la puerta (Editorial Deacá, 2019), de Matías Aldaz
Por Maite Esquerré
Miramos el mundo una sola vez,
en la infancia.
El resto es memoria.
Louise Glück
Matías Aldaz escribe antes de cerrar la puerta, lo hace con la urgencia que la acción inminente supone. Repasa diálogos, enmudecimientos, escenas con detalle de virginiano: una caminata en la noche bajo la lluvia en Fortaleza, una casa gigante y mariposas que aparecen, tomar un submarino luego de que ella sacara unas fotos, etcétera. Describe las escenas con obsesión cinematográfica. ¿Qué lleva al poeta a escribir? ¿Es la necesidad de fijar vértigos?
Al inicio del libro nos encontramos con el poema Con el viento, donde una mujer le cuenta un recuerdo de infancia en el que un caballo corre; y él sin pensar, sin querer, dice en voz alta corre como el viento. La mujer le corrige: con el viento. Corre con el viento.
De esta manera, el autor delinea la relación de las imágenes y sus correspondencias. Y el instante que separa: vos afuera y yo adentro, escribe Aldaz; se escinden dos seres y se sucede un abismo, una discontinuidad. ¿Es la poesía un modo de surcar ese abismo sin despeñarse, de dar sentido de continuidad del ser, o de evidenciar la imposibilidad de continuidad?
Como sea, el poeta a partir de ahora comprenderá que ya no se trata de buscar analogías sino de persistir con las imágenes de comunión, de visión compartida, aunque esté de manera pregnante o subyacente la discontinuidad. La noche es con vos, dice, juntos/ y más juntos/ para no mojarnos. Y más tarde, anota la interrupción entre los cuerpos, la desarmonía:
y el sol
aísla
la única armonía
que hay entre nosotros
Y en otro poema:
dicen que todos tenemos
un invierno en el corazón
pero nosotros
que volamos juntos
tenemos
el invierno desparejo
En este sentido, el poeta se vuelve sensible a la presencia constante del cuerpo. Mira desde las manos, desde el pelo. El cuerpo como una puerta de ingreso, en este caso, para la aparición de mariposas, cito:
recuerdo que cuando apareció la segunda
me preguntaste
por dónde entran
y yo
sin tener la menor idea
te dije
con seguridad
con talante
por nosotros
Los poemas de Aldaz se construyen con cuerpos:
y que te hace doler los oídos
en el mar
y siento tu brazo
que se apoya fuerte
en mi pecho
y que después
se despluma
…
en el living
de espaldas
transpira
en mi sillón de cuero
mientras se empareja las uñas
con una lima de papel
…
se toca los labios
se los despelecha
sin pensar en la piel
La poesía como cuerpos que no se predisponen ni se resisten, son vértigo puro. Y por lo tanto no es infalible, es de hecho fracaso en el sentido que deviene de la experiencia. Es decidir callarse y entregarse a la correría del amor, dirá bellamente Aldaz.
Pero volvamos a ese momento inicial, el de antes de cerrar la puerta. Un chispazo, retazos. El gesto que anticipa el cierre: un estallido, entre lo que pasó y un futuro. La poesía de Aldaz se ubica en un presente, en ese gerundio insoportable: estar siendo, estar viendo.
Se sitúa en ese instante tremendo, donde un haz de luz se hace anclaje, insistencia, en medio de una memoria que sabemos de pez. Con la confianza de que el relato va a recuperar –tergiversada, falsa, ilusoria– alguna historia, alguna escena posible, alguna continuidad… ¿Qué es la poesía sino permanecer en esos instantes?
Como habíamos dicho, en ese punto conviven con una familiaridad extrañada: Nina Simone, los objetos transneptunianos, el alero de la casa como una nube de Oort, el brazo que se despluma, la celosía falsa, la galletita en viaje a la boca, naves espaciales, fotos, Flashdance, el cinturón del padre, un grafiti, el rímel corrido de la madre, la bolsa/ de basura/ que / huele mejor/ desde que vivís conmigo.
Un instante de un año luz de largo donde se unen las distancias, origen de todos los cometas.
De este modo, la memoria opera cuando la ranura de visión se abre entre vistazo y vistazo (al decir de Heiner Müller): desde esta posición el poeta escribe.
El poemario tiene dos momentos diferenciados. El primero más actual, se podría decir. Y el último que va hacia la infancia.
Según Agamben, en Infancia e historia: El misterio que la infancia ha instituido para el hombre solo puede ser efectivamente resuelto en la historia, del mismo modo que la experiencia, como infancia y patria del hombre, es algo de donde siempre está cayendo en el lenguaje y en el habla. Por eso la historia no puede ser el progreso continuo de la humanidad hablante a lo largo del tiempo lineal, sino que es esencialmente intervalo, discontinuidad, epokhé (suspensión).
Qué sucede cuando la poesía se sitúa en esta experiencia muda que es la in-fancia (que no habla), en esta duración de la historia en el sentido bergsoniano como actualización de los posibles, en ese límite del lenguaje, en el intervalo de los cuerpos entre sí, y el poema.
En Antes de cerrar la puerta el límite de la experiencia está invertido: ya no está en dirección a la muerte, sino que retrocede hacia la infancia (Agamben).
La poemas de Aldaz no pretenden responder las preguntas que planteamos, sino que, como todo texto que conmueve, plantean otras preguntas: ponen cuerpo, habitan ese intersticio de la memoria, abarcan todo de un sola mirada. Y esa visión congela, lastima los ojos, pero escribimos, justamente por eso escribimos. Escribe el poeta, porque es capaz de superar lo que le espanta, mira la luz que hiela y anota sin pestañear. Porque sabe que son necesarios los relatos que nos contamos para salvarnos, y que hay cierto resguardo en la intemperie del poema, y que las palabras son como un círculo de témpera rojo que protege, ¿de qué?, del olvido, tal vez…
Antes de cerrar esta puerta, leamos un poema del libro:
ANTES DEL AGUA
alrededor no hay nada
solo muros
despedazados
en el piso
papá hace
un redondel
en la pared
de nuestra casa
con la témpera roja
de la escuela
escribe en el centro
acá
todavía
hay gente
con mi mamá
y mis hermanos
nos vamos
a dormir tranquilos
de alguna manera
sabemos
que la bola
de acero
nunca arrasará
en la luz
que hiela
24.03.2020