Por devenori
Ésta es mi contribución a la caligrafía
de la circuncisión
Gastón Ortiz Bandes
Hace
como dos años me topé con El Guanaco[1],
el libro de Gastón Ortiz Bandes (Mendoza, 1977). Recuerdo que un cumpa me lo
regaló en el bondi en el trascurso de Ciudad a Tupungato. Leí Chacha Warmi en voz alta, de puto y
modismos corporales de una marica exótica, cosida por sí misma y pasada de
copas, en presencia de todes les pasajeres. Obviamente hubo voces intentando
exorcizar a la demonia que poseía mi cuerpa, y que leía con bravura: Estoy melanculiado / ha venido / el chongo
de la Muerte / y me ha dejado / el sol negro del culo / hecho una roja flor
azul.
A partir de ese momento, la escritura de GOB fue directamente abono para el armado de mi biblioteca queer/cuiar cosmopolita-regional. Y aquí el porqué:
Educado
por el enemigo
Guanaco o Huanaco proviene de la palabra quechua Wanaku, sustantivo que denomina a un animal mamífero de Los Andes, según la RAE. Animal cuyo hobbies es escupir, lanzar garzos por doquier. Ese acto no grato para la sociedad hetero-winca-capitalista se la reapropia el libro de GOB, con las voces que conforman el yo lírico y que disparan desde lo más profundo de sus esfínteres al machote con su espectro denominado masculinidad, pieza principal del heteropatriarcado. Porque, como confirma Grasso en un ensayo de La Preguerra (2016), es difícil escupir al varón heteronormado que se halla en une cuando se nace con determinado genitales y la sociedad impregna en la carne mamífera la masculinidad como único destino.[2] Varoncito bien varoncito, como dios manda.
Por
eso GOB escribe:
Yo
fui educado por el enemigo.
[…]
Por eso me meto el yo lírico en el orto,
para
que el testigo y el omnisciente la sigan chupando.
Yo
fui educado por el enemigo.
Por
eso distanciamiento hay, pero crítico las pelotas.
En
este país la polifonía se ha hecho concha.
Falsos
putos colgado de las tetas del género.
[…] Yo fui educado por
el enemigo.
Decirse
yo fui educado por el enemigo es
cantarse las cuarentas, admitir la opresión para poder construirse como sujetx;
es decir, convertirse en alguien a pesar
de la opresión[3],
tejer una identidad propia a partir de la reivindicación de los efectos del
poder heteronormado de la sociedad sobre nuestres cuerpes.
Cesárea
harakiri –putito forever-
No se nace marica, se llega a serlo.
Dicho popular
Estoy feliz.
Estoy
embarazado y no de un bebé
humano
sino de un guanaco
que
tras breve, suficiente, veterinaria crianza
arrojaré
de mi seno a la cordillera.
Después
de tantos y tantas que murieron
en
los experimentos incontrolables del amor,
aprendí
por fin a dar vida conmigo mismo,
a repoblar la naturaleza
yo solo.
Por
eso mi cesárea será un harakiri,
Con
nomás la luna llena y la intemperie,
Para
que nazca mi guanaco de varón,
Hijo
del dolor que ya camina
Sobre
un charco amniótico de sangre,
Por
un corte de helada soledad,
Un balido indemne.
De
les creadores de los anales de la
historia y la historia de los anales, aparece El Guanaco para escupirle con toda su mariconería al heteronormado
y recuperar las reliquias de la muerte para el ritual haraquiri. Bajo la luna
llena y la noche de los sentidos, armonizar el cuerpo heraldo para la apertura
de las puertas de ahí (donde la silueta de la espalda desaparece) y dar la
bienvenida de una vez por todas al putaso que concebimos dentro.
Me
cosí mal, con viento
Que
traía disparos de caza
Y
arroyos con veneno de la técnica del siglo.
Para ir menguando la dilatación anal y su
gozadera, volveré a citar a Grasso, quien percibió en su lectura del libro la
idea de un hombre –escrito- en minúsculas: Y
al hacerlo, Ortiz Bandes, perfila el contorno posible (y yo agregaría que
necesario) de un hombre nuevo en minúsculas: sin sangre en las manos y que ha
aprendido, finalmente, a dar vida consigo mismo. No solo es posible la idea
de un hombre no macho que plantea Grasso y que algunos feminismos proponen como
la construcción de nuevas masculinidades (la toma de conciencia de los
privilegios que tienen y han tenido a lo largo de la historia). Sino pensar que
los poemas evocan una corporalidad disruptiva: el devenir marica.[4]
Identidad que ha sido, como muchas otras, violentamente invisibilizada lo largo
de la historia de la humanidad. Por eso, es fundamental pensar en una
cartografía sudaka de la disidencia
sexual (marica, trans/travesti, lesbiana, queer, no binare, etc.) para criar la lengua del desacato[5] y
desarticular los modo héteros de leer, escribir y habitar los libros y el mundo
social.
Leer El
guanaco es de alguna manera leer cierto linaje de la disidencia sexual, reviviendo
con todos los sentidos los versos de la Pedro: Yo no pongo la otra mejilla./ Pongo el culo compañero.
[…] Mi hombría es aceptarme
diferente. Es comprender el agenciamiento político-poético
que propone Perlongher (yo no quiero que
me acepten, ni que me quieran ni que me comprendan, yo solo quiero que me
deseen). Es encarnar ese cuerpo para
odiar, de Claudia Rodriguez; cuerpo
no blanco, no hétero, pobre, abyecto que busca sentirse -y ser reconocido, también-
como humano.
Pero
unos yuyos se acercaron
Y
entre cantos me ayudaron.
Y
así, después de la teta lo vi
Ir
a jugar con los otros guanacos del valle,
Divinos, igualitos a él.
Agosto, 2019.
[1] Ortiz Bandes, Gastón. El guanaco. Mendoza: Babeuf, 2015.
[2]
Grasso, Pablo. La Preguerra. Mendoza:
Babeuf, 2016.
[3]
Witting, Monique. El pensamiento
heterosexual y otros ensayos. Madrid: Egales, 2006.
[4]
Vidarte, Paco. Ética Marica: Proclamas
libertarias para una militancia LGBTQ. España: Egales, 2007.
[5]
Flores, Valeria. Desmontar la lengua del
mandato, criar la lengua del desacato. Chile: Mantis, 2014.