Por Claudio Rosales
cumpleaños
sobre la mesa en una caja de cartón gris hay
empanadas frías, servilletas arrugadas de papel y restos de
pizzas entre botellas medio llenas con vino o cerveza.
están los históricos del Verde y el Vieja, sentados en sillas
de algarrobo, modositos como sustantivos pero atareados por
los destinos de la República, brindan en vasos largos llenados
con notable habilidad y vaciados con indiferencia a la salud
del Alejo Brumoso,académico librepensador. hay un cuadro
oblongo con un gamo pintado como una lámina de madera
de árbol que cuelga de la pared, por sobre una mesita alta
color caoba, con un tejido/testigo de la parienta medio india,
que todavía lo visita, desde un más allá/la que le dijo haber lamido
los salados sobacos del Viejo/ trans traído del hotel Ensueños/
soñadas luces lacias de los pasillos, afuera cascajos y música
mexicana/ olor a espíritus de muertes en la casa del Verde/
delgado y fumando parichos en toallones descalzo ah / les
jóvenes que tras la felicidad/ y la belleza escriben te gusta/te
gusta mi concha / el gamo ocre entre ramas come los pastos
de un color verde, verdolaga/ pasillo, agua del dispenser… glub
glub /chin chin de los históricos para nuestro querido matón/
liberal y pequeño, de los de antes.
al capitalismo se lo combate
como la pera que madura de adentro hacia afuera Gustavo, el Punty, Berlas se rememora a sí mismo sentado a la mesa y esperando el brindis de navidad el Estado era la bota que aplasta y vigila, la política una cueva de ratas, y la mersa rolinguera: un error, los cartoneros: una lacra. Iba siempre a las plazas y galerías del centro; era cínico como Diógenes, blanco como una sábana de hospital con ropas rotas de color negro, una silueta pateando canteros de la Peatonal madrugando giles… hasta la tarde de la piñadera con los bultosos en la parte alta de plaza Independencia… estaba todo sarpado y dejé de ir, primero los sábados me quedaba en mi casa acompañaba a mi viejo a la empresa. hasta que se murió y entonces me hice cargo de las cosas de, la conocí a Vero que me pidió la corte terminá con la punkeada dijo y recién ahí entendí eso de no future. tarde es nunca
felicidades!
el espíritu nos enseña
Lémur, un paisa travesti y empleado del Ingeniero, que es jovencito y goloso como un caniche baila en un galpón del Bermejo, un lugarcito trans-gore lleno de bolsas con cebollas y esqueletos de cajones, maquillado de colores chillones y con cinta de embalar cruzando su cuerpo imberbe y cobrizo, atiza los apetitos soeces y violadores de los amigos del Tío, que le pasan de sus bocas el alcohol antes de cojerlo.
hoy hay pateadura. en el piso como en bolsa le pegan. Lémur es un poco inocente, como mucho se la chupó a los más grandes en la escuela o al hijo del pastor. asique a los primeros golpes reaccionó con placer cómplice y curiosidad. después decirles que pararan no funcionó, y luego de un buen rato alcanzó a darse cuenta que la guita, si le toca zafar, va a servirle para poco.
pueblito al Sur
cuando llegó al pueblo Godoy encontró trabajo y un lugar donde parar en la panadería de la Sra. Cresta, limpiaba y ayudaba al panadero con la horneada, luego entró a repartir el pan, de esto hace mucho, antes de conocer a la Ilda, riojana de trenzas negras y ojos de gata que hizo fama de vidente entre las gentes de la zona, ayudando a la policía en el caso de la desaparición de una hija del Flaco Mendéz. dice José Antonio y tinca con la uña el vidrio marrón del porrón, sentado en una mesa del comedor de buscas y jubilados.
mientras Ana y Aldo meten los pollos al corral por la ventolera que se levantó del lado del Carril, miran a Godoy que viene de la casa de la vidente riojana, pensará en el finado Samper o en el peón de albañil que lo mató hace unos días cerca de la panadería Apolo en el Barrio Tortugas, y en el sepelio se dijo que el Samper había discutido con la dueña de la confitería, una vieja malgestada, apocada e insidiosa, antes de salir con las tortitas y el pan para subir a la camioneta, que el peón venía con él y que se saludaron bien. pero que al rato cuando partió el micro que lo lleva hasta Colonia Cardo, el peón siguió parado en la estación, pero que era como otro, y que le pegó mal con la cortafierro que el mismo Samper le prestaba.